domingo, 24 de mayo de 2020

Por do más pecado había










Por do más pecado había.

(Romance arcano del godo don Rodrigo y la muy lucida doña Florinda).

 
Recógese aquí una investigación ligera, entre poética e histórica, más cerca de lo primero que de lo segundo, que hemos compuesto sin pretensión alguna de levantar crónica que pudiese ser de utilidad a historiadores y, mucho menos, espejo de poetas.
 
Corría el año 711, para ser más preciso, el decimonoveno día del Señor del mes de julio cuando sobre el río Guadalete (Wadi Lanka, en moruno), en la provincia de Cádiz, las tropas de los jefes moros Tarik y Muza (Tariq ben Ziyad y Musa ibn Nusair) cruzaron espadas con las huestes del rey cristiano don Rodrigo.
 
Unos versos sin autor conocido cuentan lo que allí pasó sin pararse en los detalles que, en la mayor parte de los casos, evitan que las historias se entiendan como es menester:
 
«Llegaron los sarracenos
y nos molieron a palos,
que Dios ayuda a los malos
cuando son más que los buenos».
 
¿Pero qué fue lo que de verdad ocurrió en aquella batalla?
 
A fuer de pecar de simple, debemos contestar que pasó lo que pasó por lo que casi siempre pasan las cosas en esta vida: por la desmedida propensión a la lujuria que suelen albergar tanto moros como cristianos.
 
Y es que, poco antes, en Toledo, don Rodrigo, tan godo como rey, había mantenido coyunda, una sola vez, pero coyunda a la postre, y al parecer asaz intensa, con doña Florinda, joven moza de reconocida belleza y que, además, era hija del conde don Julián, gobernador de Ceuta y amigo personal, más allá de la religión, de los mencionados caballas Muza y Tarik.
 
Don Rodrigo argumentó que la relación fue consentida; Florinda, llevole la contraria afirmando haber sido violada por el muy godo. Vaya usted a saber. Hay quien dice que la bella Florinda era conocida entre los moros de su ciudad, Ceuta, por el apelativo de "caba", o la "cava", lo que podría traducirse por "la casquibana", en un sentido amplio o, también, por "la facilona", si prescindimos de los remilgos que nunca deben adornar la labor del traductor cabal.
 
Los versos apócrifos vuelven a contarnos el lance con concisión:
 
«Florinda perdió su flor,
el rey padeció el castigo;
ella dice que hubo fuerza,
él que gusto consentido».
 
Y es que el "gusto consentido" tiene mucha fuerza. Tanta que don Rodrigo perdió el reino y algo más —la vida— tras aquella batalla sobre el río Guadalete ante los sus oponentes, moros enviados por el padre de la joven, don Julián. Todo por haber osado adentrarse a explorar las muy firmes carnes de la bella Florinda, ya fuese con consentimiento o sin él, lo cual ninguno de nosotros jamás conocerá a ciencia cierta. Convendrá usted conmigo, querido lector, que, a estas alturas de curso, el detalle importa bastante poco.
 
El caso es que al séptimo día de lucha, junto y sobre el Guadalete, viéndose el rey don Rodrigo vencido sin remisión y abandonado por todos —desnortole la traición de los sus nobles materializada en el hecho de que estos se pasaran en bloque al enemigo—, vagando sin rumbo sobre su rocín, se vino a encontrar con un ermitaño al que relatole sus libidinosas culpas y pesares de conciencia.
 
Sintiéndose el rey liberado por haber confesado, y movido por el deseo de descansar para siempre poniendo fin a sus días, propúsole al ermitaño confesor que lo enterrara vivo. Pidiole, además, que, para hacer aún más dura y penosa su muerte, lo enterrase en un hoyo lleno de vívoras. 
 
Entendía don Rodrigo que así habría de purgar con largueza su atrevimiento para con doña Florinda y su afrenta para con don Julián. 
 
Fue entonces, una vez que el rey se vio dentro del hoyo que era tumba, rodeado por todas aquellas serpientes, cuando exclamó contrito la frase que habría de hacerlo inmortal y que el anónimo poeta dejó escrita para nuestro buen gobierno:
 
«Ya me comen, ya me comen,
por do más pecado había».

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