jueves, 3 de octubre de 2013

Necrológica


A mi amigo Antonio Rosado, que ha muerto esta noche a las 04:00 AM, tras sufrir mucho. Tenía 57 años.

Nos conocimos en octubre de 1971. Dos meses justos antes de que muriera mi padre. Fue en el Instituto Fernando de Herrera, en la avenida de La Palmera. El tenía 15 años y yo estaba a punto de cumplirlos. Las bancas eran dobles y nos tocó juntos, la tiranía del orden alfabético: Rosado y Rufino, juntos por la casualidad de lo administrativo.
Nos hicimos amigos de verdad. Más allá del mero compañerismo de clase. Salíamos los fines de semana, nos contábamos algunas de nuestras cosas, no todas, que eso no es propio de gente como nosotros, y compartíamos cañas, con dos tipos de amores falsos: los deseados y los sólo soñados.
Y así continuamos hasta junio de 1974. En la misma banca, tres años juntos, quinto, sexto y COU, su codo derecho siempre pegado a mi codo izquierdo: Rosado y Rufino, ahora, juntos porque nos gustaba.
Allí, en el Herrera, con él, empecé a descubrir que la vida no iba siempre por derecho, que lo evidente podía ser justo lo contrario de lo que aparentaba ser, y así conocí de algunas paradojas: Antonio, que había de dedicar su vida a las letras, me ayudaba con las matemáticas, a mí, que habría de empeñarme por el camino de las ciencias. En aquella época, él las veía, yo no. Yo es que no veía nada y él se sorprendía de mi ceguera, pero me ayudaba.
Y continuamos juntos, más allá del Instituto y del bachillerato.
Antes de irse a la facultad de Derecho, una tarde, paseamos juntos por el centro de Sevilla, tan desierto aquel día, justo la tarde en que murió Franco, en noviembre de 1975. Nos preguntamos algunas cosas, muchas cosas, aquella tarde.
Terminó su carrera y se fue a Madrid a preparar oposiciones, las ganó en no demasiado tiempo. Empezó por Galicia y luego se estableció en la tierra de sus padres, Cáceres.
Fui a su boda con el único amor de su vida, Cristina.
El vino a la mía a Zaragoza y firmó como mi testigo.
En 1985 nos hicimos esta foto que hoy cuelgo en esta entrada.
Fue un verano que fui a visitarlo a Cáceres. El no era tan serio como aparece en la foto, aunque sería un mentiroso si dijera que salía bien en los retratos. Creo que siempre salió mal. En todas las fotos que tengo. Esta vez, su codo izquierdo aparece pegado a mi codo derecho, al revés de como acostumbramos en el Herrera.
Siguieron pasando años, dando tumbos, los dos, hasta que ambos acabamos viviendo en Sevilla. Y entonces empezaron las reuniones "del grupo de COU", un grupo de románticos que nos empeñábamos en recordar nuestra amistad adolescente. Nos veíamos una, dos o tres veces al año, con otros compañeros del Instituto, los más cercanos. Nos contábamos nuestras cosas. Reíamos recordando a don José Labat, al cura Peinado o al profe de Matemáticas, que se parecía a Hitler, aunque era muy buena gente. A la enana de Historia del Arte o a la "agüela" que nos daba Francés. Éramos mayores ya, muy diferentes a cuando fuimos amigos del alma, pero como les ocurre a los grandes amores, no nos resignábamos a reconocer que lo nuestro había muerto, nos costaba reconocerlo. Y lo obviábamos.
La última vez que estuvimos juntos comimos en un garito de la Gran Plaza, ese grupo hartible del COU del Herrera: Quique el canario, Manolo Llinares y Carlitos Molina, Antonio y yo. Echamos mucho de menos a Carlos Viloca, que se nos acababa de morir de ELA en Valencia unos meses antes, no sin antes haberse molestado en venir a Sevilla a despedirse de nosotros. De Antonio y de mí. Vaya palo, pero cuánta honra que Carlitos nos regalara tanta amistad.
En aquella última cita también recordamos mucho a Miguel Bravo-Ferrer, que siempre está en Madrid y al cuál apenas vemos. Antonio casi no habló durante toda la comida. Ya estaba muy mal, y se le notaba.
Mi amigo Antonio Rosado sufría un cáncer durísimo desde hace algo más de un año. Supe que había empeorado durante este verano. Lo llamé a finales de agosto y estaba contento y esperanzado con una hipotética mejoría. Lo habían engañado con mentiras piadosas, las mismas que yo quisiera que me dijeran si un día se me acabara toda esperanza y tuviera que vivir lo que a él le ha tocado.
Hablé con él, por última vez, hace dos semanas, a mediados de septiembre y se encontraba muy mal. Yo no sabía que habría de ser la última. Se sorprendía de haber tenido tan mala suerte. No se explicaba tanto contratiempo en la evolución de su enfermedad, que todo hubiera salido tan al contrario de lo esperado, de lo que habían sugerido los médicos que tenía que haber sucedido.
Hoy, esta noche, ahora que ya está muerto mi amigo, pienso que tuvo mucha suerte en la vida. Creó una buena y amplia familia, mantuvo a sus amigos y disfrutó mucho. Vendió, comió, viajó, cazó. Durante muchos años. Más de lo que la mayoría puede disfrutar de ella. ¿Qué fueron pocos años? Claro, también pudieron haber sido aún menos, o todavía más, pero bien está lo que bien acaba y hay que ser elegantes. Como Antonio siempre fue.
Antonio Rosado cerró su amistad conmigo, con todos nosotros, anoche a las cuatro de la madrugada. Ya no hay nada más que hablar, salvo esperar que algún día nos volvamos a encontrar, no sé muy bien en qué forma, ni cómo ni cuándo ni dónde, aunque tampoco me parece muy relevante ese qué, ese cuándo, ese dónde y ese cómo.
Se acabó.
Desde aquí, todo mi cariño, hermano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario